Tardó unos cuantos años y un par de consejos en convencerse
de que le era necesario ingresar a un taller literario; y su necesidad era tan basta y generosa que excedía el mero
ámbito intelectual, un retundo y ubicuo estancamiento parecía aletargarlo todo.
- Luego de leer el texto, escriban una introducción... – dijo la coordinadora del taller.
“- ¡Sálvame! Encontré a
la muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza...”
Ni bien comenzó la lectura buscó su referencia: “Anónimo persa,
en antología del cuento fantástico, Borges, Ocampo y Bioy Casares...” Luego de
unos segundos de contemplar el nombre de “Borges” estuvo seguro... ya había
leído antes aquel relato.
“Me hizo un gesto de
amenaza. Esta noche por milagro, quisiera estar en Ispahán...”
Él creía ser escritor, y en los cuestionamientos que se hacía
sobre la naturaleza de ser un escritor reverberaba, sin lugar a duda, el nombre
de Borges. Pensó en aquella colección sobre la vida del autor que adquiriera
años atrás y, puntualmente, sobre su relación con el judaísmo y la cábala. En un artículo denominado “La vindicación de
la cábala”, había encontrado una de las ideas más trascendentales, al menos
hasta ese momento, sobre el hecho de escribir. Aquello decía: “El libro sagrado
(...) Señala Spengler, en aquel capitulo de su Der Untergang des
Abenlendes, consagrado a la cultura mágica, que un tipo
de libro mágico sería el Corán. Ahora, ¿qué es el Corán? Para los Ulemas, para
los doctores de la ley musulmana, no es un libro como los otros. Es un libro
anterior a la lengua árabe; es decir, que no puede estudiarse históricamente o
filológicamente, ya que es anterior a los árabes, es anterior a su lengua y es
anterior al Universo. Y siquiera se admite que el Corán sea una obra de Dios
(...) El Corán, para los musulmanes ortodoxos es un atributo de Dios, como su
ira, su misericordia o su justicia (...) Y ahora llegamos a algo tan increíble
como lo dicho hasta ahora. Algo que tiene que chocar a nuestra mentalidad
occidental, pero que es mi deber referir. Cuando pensamos en las palabras,
pensamos históricamente que las palabras fueron en un principio sonido y luego
llegaron a ser letras. En cambio, en la Cábala se supone que las letras son
anteriores (...) Es como si pensara que la escritura, contra toda experiencia,
fue anterior a la dicción de las palabras. Y entonces no hay nada casual en la
Escritura: todo tiene que ser determinado...”1
“... quisiera estar en
Ispahán. El bondadoso príncipe le presta sus caballos...”
Al recordar a Borges y su análisis sobre las Escrituras,
surgió en él cierto desencadenamiento de ideas; en particular una: la
predeterminación.
En aquel momento volvió sobre algunos preceptos islámicos del
Kalam, la teología musulmana, recordando que uno de los asuntos más tratados
por el Kalam es si los actos humanos son realizados por propia voluntad o están
predeterminados por Dios. En la
escuela de Mutazila sostenían la libre voluntad humana, argumentando que la
justicia era un rasgo necesario de cualquier definición de Dios y que, puesto
que Dios debe ser justo, los seres humanos deben ser libres al elegir entre el
bien y el mal. Otros, en cambio, argumentaban que este punto de vista concedía
límites inaceptables al poder de Dios, y que la justicia no es una abstracción
independiente de la voluntad divina.
“...El bondadoso príncipe le
presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte....”
La idea de un Dios omnipotente comenzó a rondar su mente,
tanto así como aquellas lecturas de Borges que lo iniciaron a los “libros sagrados”. Había cierto mensaje
encriptado en todo aquel asunto, uno relacionado con la forma en que Dios se
manifiesta a los hombres y la medida en que éstos son capaces de interpretar
aquellas manifestaciones. Revisó en su análisis la idea de que Dios es para los
musulmanes un ser no creado. Esto, pensaba,
implica que sus atributos no pueden ser diferentes a su esencia, en otras palabras, si se hablaba de la
justicia como atributo, no podía pensarse en que “Dios es
justo”, debía pensarse en que “Dios es justicia”. Las implicaciones le
parecieron extraordinarias, la idea del Corán como un atributo de
Dios tomó otra significancia, una que volvía indiscriminable el Corán de Dios,
en tanto es una manifestación del propio ser de Dios, y como éste, es
igualmente no creado.
“... Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le
pregunta: - Esta mañana, ¿por qué
hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?...”
Que el significado de algo se encuentre allí, de antemano a las
palabras que le dan sonido, le pareció reminiscente de otras teorías, algunas
no tan lejanas ni teológicas, unas más próximas a su construcción como
escritor. Pensó, y luego de un momento, vino a él otro nombre... Saussure. Se
volvió al estructuralismo y atendió aquellos preceptos que vinculan la Lengua y
el habla, pero por sobre todo, pensó en aquel concepto de “signo lingüístico”
que tanto debate le significara en algún momento, la entidad biplana del signo
y su partición como significante y significado.
“... - Esta mañana, ¿por qué
hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza? – No fue un gesto de
amenaza – Le responde – sino un gesto de sorpresa...”
Quién sería capaz de descifrar el enigma en el que se encontraba.
Recordó que tanto los Imanes, como los shaykhs musulmanes tienen un conocimiento infalible
dado por Dios, y por tanto se presumen
infalibles en la interpretación del Corán. Pero él no era en absoluto un hombre
santo y mucho menos alguien capaz de desentrañar un misterio prescripto.
“... – No fue un gesto de amenaza – Le responde – sino un
gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo
esta noche en Ispahán.”
Entonces entendió que aquel texto que llegaba a él por
segunda vez, había aguardado el tiempo necesario para reinterpretarse en un sin
fin de nuevos sentidos. ¿Puede por caso un escritor como Borges resignificarse
infinitamente a través de sus intérpretes, pero más aún, puede ésto formar
parte de una casualidad? Reflexionó sobre el libre albedrío que lo llevó
primeramente a la lectura de Borges, y sobre el destino que lo reencontró con
aquel cuento fantástico que tenía al frente. Pensó en la alternativa de que
todo aquel asunto en su vida guardara un significado oculto. Entonces, releyó
con mayor énfasis:
¡“ – ¡Sálvame! Encontré a la muerte esta mañana. Me hizo un
gesto de amenaza. Esta noche por milagro, quisiera estar en Ispahán. El
bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra
a la Muerte y le pregunta: – Esta mañana,
¿por qué hiciste a nuestro jardinero un
gesto de amenaza? – No fue un gesto de amenaza – Le responde – sino un gesto de
sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche
en Ispahán.”! 2
El joven escritor tenía
la premisa de construir una introducción con el texto que se le
presentaba, en aquel momento, y luego de reflexionar, escribió:
No soy libre de pensar que esto que leo sólo sea lo meramente
escrito, estoy obligado a darle un sentido más trascendental, no obstante, ese
sentido escapa a mi interpretación. Puedo decir en mi defensa que Dios está en
todas las cosas y aquello que presume su subyacencia justifica todo lo escrito
y todo lo dicho.
Al momento de tener que exponer tuvo dudas, miró inquieto la
ansiedad que embargaba a sus compañeros... observó las manchas sobre el papel,
que eran letras, que eran a su vez sílabas, que arrancaban a su intención
fonemas, sonidos y entonces... prefirió callar.
Hay textos que son simplemente escrituras, y hay otros,
consagrados de alguna manera, que no encuentran intérprete. Por mucho, él se
había quedado sin palabras, y no era parte de su destino tenerlas entonces.
FIN